Una muestra de poesía:
«Els bells camins es multipliquen allà on creieu que s’acaba la carretera»
J.V.Foix
«Caminante, no hay camino se hace camino al andar»
A. Machado
Una muestra científica y de salud:
Andar es un ejercicio saludable con el que fortalecemos mucha de nuestra musculatura. Además, segregamos endorfinas y serotonina, que están relacionadas con el estado de ánimo, las emociones y la sensación de satisfacción.
Una muestra para los sentidos:
El olor de la tierra mojada, del musgo, de los pinos
El paisaje
La palabra compartida
Los ruidos del bosque
El pisar firme que nos arraiga
De excursión con la familia…
Preparándola ya iniciamos el descubrimiento, podemos buscar un objetivo especial, un castillo, una cueva, un salto de agua, un árbol gigante y, así, la excursión tomará un aire de exploración y de aventura que nos animará a todos, sobre todo si hay niños.
Cuando empezamos a caminar, cada uno hace su proceso, el niño se mira los pies, y piensa: ¿podré llegar?, y se cansa y se habla, y se va conociendo a sí mismo, y esto la ayuda a crecer.
Después empieza el intercambio con el entorno.
La curiosidad infantil y su capacidad de observación le hace aprender a la velocidad del rayo.
Ve el entorno y conecta:
«He encontrado un palo chulísimo, lo pongo dentro de un agujero para ver si es muy hondo, veo una flor de muchos colores, quiero cruzar el río, ¡ay! ¡No he calculado bien y me he mojado los pies en el agua!, ¡Qué divertido, qué satisfacción sentir el pie mojado, salpico a mis hermanos, ah! ¿He oído un ruido, debe de ser un jabalí?» y se lo imagina saliendo de detrás de un arbusto porque ve la tierra removida. «Qué cola de hormigas tan grande…»
El niño sabe impregnarse de lo que la naturaleza le ofrece. Si le dejamos parar a hacer todo esto, puede ir experimentando lo que le apetece, disfruta y observa, se divierte y aprende.
Los adultos, acompañándolo, podemos disfrutar de este momento, sin correr para llegar, ya estamos, conectando con aquello que su mirada hacia la naturaleza nos ofrece.
El adolescente ya puede percibir la inmensidad y la belleza de la naturaleza, los olores, el aire limpio, haciendo que, contemplándola, sintamos una conexión especial con nuestra esencia, una conexión que va algo más allá de aquello que estamos viendo…
Continuamos adelante y aparece la riqueza de compartir pensamientos que caminan con nosotros.
Caminando con la familia, fortalecemos los vínculos porque, desde que empezamos la excursión, las experiencias nos acercan.
En el momento de descubrimiento, tanto los más pequeños como el resto, disfrutamos de la exploración: palos, piedras, juegos, piñas mordisqueadas por una ardilla, adivinando los nombres de lo que vemos, saltando, encontrando moras para comer, mirando hormigas con una lupa…, a cada paso descubrimos algo nuevo, a cada paso nos divertimos.
Podemos coger una brújula, aprender dónde tenemos el norte y a orientar el mapa será un aprendizaje divertido para los niños – aunque ya tengamos una aplicación que nos ubique.
Descubrimos, jugamos, adivinamos, nos divertimos, exploramos y, si miramos todo aquello que vayamos encontrando con la mirada curiosa y divertida del niño, nos lo pasamos mucho mejor.
A medida que caminamos, nuestros pensamientos van tomando un ritmo tranquilo y nuestro estado de ánimo mejora, la visión del paisaje y el verde lo favorece, junto con que segregamos endorfinas y serotonina. Nuestro pensamiento va siendo más positivo, más creativo y esto nos permite pensar en las cosas de una manera más relajada, nuestra mirada se amplía, se abre y nuestra energía es alta.
Cuando el ritmo de la aventura baja es un momento bonito para hablar de cualquier tema con los hijos/se. Caminando por la montaña podemos pensar y hablar con una serenidad que el entorno habitual no siempre nos facilita, reflexionamos conjuntamente de temas que nos interesen (en casa a menudo debatimos, pero reflexionar es un paso más y no siempre encontramos el espacio).
Momentos de conversaciones divertidas, intensas, trascendentes, gratificantes en familia que ponen las bases de la confianza y la complicidad.
La complicidad es aquel momento mágico en el que un niño te siente compañero de juego o de travesuras, o un adolescente siente que hay una conexión especial fugaz y que nos acerca a ellos. Les hacemos sentir nuestra complicidad cuando somos capaces de jugar a poner los pies dentro del agua, de ir a echar unas cestas de baloncesto cuando no tenemos ni idea o cuando vayamos a ver una película de superhéroes, aunque de entrada no nos interese. Cuando sienten que compartimos aquellas cosas que para ellos son importantes.
Con la complicidad reforzamos las bases de la confianza, aquello que todos los padres y madres queremos que nos tengan, para sentir que les hemos ofrecido un vínculo seguro donde puedan expresar lo que sienten y lo que les pasa.
En una caminata en familia todos estos elementos están presentes. Es un espacio rico, en el que disfrutar es el primer objetivo, pero donde conseguimos muchos otros.
Cuando los adultos podemos ir a la montaña con ojos de niño todo es más mágico y sorprendente.
Y llegamos a casa cansados, sucios, divertidos y algo más cerca.
Un artículo de:
Mireia Planells.
Terapeuta familiar y educadora social. Técnica del Programa Komtü.