En otras épocas de la historia de la educación, un título como el de este artículo habría creado una gran controversia o, quizás, se habría quedado en un rincón sin que nadie le hiciera caso.

Y, ¿por qué?

Pues porque, desde un prisma directivo, no se contemplaba ninguna otra manera de acompañar al niño en casa o en la escuela. Dichos populares como “la letra, con sangre entra” (uff… esta frase, da miedo solo leerla, imaginaos haberla vivido) nos dicen como entendíamos el aprendizaje como sociedad.

Por suerte, hemos dejado atrás este estilo educativo. A pesar de que hay partes del mundo y culturas que todavía lo mantienen e, incluso, me atrevería a decir que, en el mundo occidental, hay adultos del mundo educativo que tienen este patrón interiorizado, aunque no lo muestren abiertamente.

¿Qué tenemos que saber sobre el estilo educativo?

En ocasiones, debemos tener un estilo educativo directivo, sobre todo cuando una situación puede ser peligrosa. Por ejemplo, un niño de 5 años que atraviesa la calle corriendo, requeriría directividad por parte del adulto.

Pero, cuando tenemos este estilo educativo incorporado como patrón educativo, es cuando nos tenemos que plantear si es lo que el niño o niña necesita porque, probablemente, estará relacionado con nuestra necesidad de control, de respeto hacia el adulto. Y, aquí, nuestra historia familiar tiene un peso fundamental, de dónde venimos y cómo nos educaron. Es interesante pensar, reflexionar, para darnos cuenta cómo estamos en el aula o en casa.

L’evidencia

La neurociencia aplicada a la educación y a la psicología nos ha mostrado cómo funciona nuestro organismo, nuestro cerebro ante los estímulos externos. Hay muchos estudios, muchos expertos, que han evidenciado que, si somos adultos amorosos, el niño está más regulado neuronalmente.

¿Por qué?

 

Porque el organismo segrega hormonas, sobre todo oxitocina, que generan sensaciones de placer en el cuerpo y, por lo tanto, disminuyen las defensas y aumentan la apertura neuronal hacia la experiencia, hacia el aprendizaje.

 

Si nos mostramos poco amorosos, distantes, duros en la relación con el niño, estos expertos del cerebro nos han mostrado que el cortisol, otra hormona, es quien nos regula: su función es ponernos en alerta, hacer sentir al cuerpo que estamos ante un peligro.

No hay que centrarnos en los niños y niñas, piensa en tú mismo: ¿Qué nos pasa cuando nos sentimos ante una situación peligrosa? ¿Estamos igual de receptivos y abiertos al exterior, al entorno? ¿O bien nos ponemos en una posición interna de defensa?

Seguro que es más la segunda y, ahora, reflexiona en cómo te defiendes, habiendo el ataque, la fuga y el no saber qué hacer, como respuestas básicas del organismo.

Pues a los niños y niñas les pasa lo mismo, pero con el hándicap que son niños y están aprendiendo a regularse emocionalmente, y nuestra actuación puede tener mucho más impacto en ellos que en nosotros como adultos, ya que tenemos más mecanismos de regulación (a pesar de que algunos/as lo han perdido o dejado de lado).

¿Qué quiere decir ser un adulto amoroso?

A pesar de que para los niños es vital el contacto físico, ser un adulto amoroso no quiere decir estar todo el día abrazando. Quiere decir estar presente, atento a las necesidades del niño, escuchar de manera activa para saber cómo está y que necesita, sin hacer juicios. Si los miramos con amor, si estamos por ellos, estarán mucho más abiertos y receptivos.

Como punto final, te pido que reflexiones sobre cuál fue el estilo educativo que viviste con tu familia. Si te sentiste muy acompañado/da o si hubo poco amor (aquí podríamos profundizar en qué vivieron nuestros padres y madres para actuar así, pero es tema de otro artículo…). Dar un espacio nos ayudará a tomar conciencia de cómo fue, cómo nos hubiera gustado que nos hubieran tratado y qué es lo que proyectamos en la relación con el alumnado a este nivel.

Todos y todas tenemos una historia de vida que tenemos que aceptar, con momentos de todos los colores (nunca son todos blancos o negros, es imposible). Revisarla nos ayuda a actuar desde un lugar más neutro con los niños y niñas y que, a escala neuronal, estén más abiertos a la vida y a cualquier experiencia que se proponga desde el aula.

 

Imatge cervell_Sigués amorós i l'aprenentatge vindrà sol

 

Abrimos todos los canales de nuestro organismo porque, como observó la neuróloga Rebeca Saxe, si damos amor, se activa la oxitocina en el otro, pero también en nosotros mismos/as (mira las manchas rojas de la imagen, no solo están en el niño). Y esto es apertura a la vida por ambas partes.

Parece fácil, ¿verdad? ¡Pues pongámoslo más en práctica!

Un artículo de:

Carles Bosch.
Psicólogo y terapeuta familiar. Técnico del Programa Komtü.