Es una diferencia sutil, o no tanto…

¿Qué queremos decir con esto?

Queremos decir que tenemos que poder aceptar que nuestros hijos/as han podido hacer una travesura en la escuela o han podido tener una actitud incorrecta, por ejemplo, hablando mal a una vecina o pegando a un compañero suyo.

Defender ciegamente que mi hijo/a no lo ha podido hacer porque él “esto nunca lo haría o porque él/ella es buena persona” es hacer que pierda la oportunidad de entender las consecuencias de los propios actos y de madurar.

Son niños o adolescentes. Se les pueden acudir travesuras e incluso conductas irrespetuosas. ¿Siempre es el otro quien lo ha iniciado?, o ¿quién lo ha incitado? ¿Se han retroalimentado?, ¿lo han pensado conjuntamente?si pensamos que siempre es el otro, ponemos la responsabilidad fuera y no ayudamos a nuestro niño a hacer el proceso de pensar, reflexionar, empatizar, disculparse (cuando hace falta) y poder hacerse propuestas de mejora y de reparación. 

Si no reconocemos que lo han podido hacer, este proceso tan educativo, tan rico, que los ayuda a crecer, nos lo perdemos y hacemos que se lo pierdan!

La diferencia entre dar confianza y confiar ciegamente

Dar confianza a nuestros niños es imprescindible para su educación. Los hará crecer seguros y sentirse capaces. Tienen que sentir que creemos en ellos porque esto los motivará a continuar aprendiendo y a continuar desarrollando sus habilidades, potenciándolas, dando espacio a sus intereses y favoreciendo una buena autoestima.

Confiar ciegamente en el hecho de que ellos lo hacen todo bien, es apartarnos de nuestro rol de referentes y de nuestra función de acompañarlos en su proceso de crecimiento.

Los niños y adolescentes se equivocarán y en algún momento actuarán de manera no adecuada, porque se están conociendo, están probando, están sintiendo y experimentando y sus emociones aparecen con intensidad. En algún momento todo esto los puede llevar a actuar impulsivamente o en unos objetivos que no sean buenos desde nuestra perspectiva o incluso que no sean respetuosos con los derechos de los otros, a causa de estímulos nuevos que habrán aparecido y tenido influencia sobre ellos.

Ante esta situación podemos actuar de diferentes maneras:

1. Justificaremos sus acciones y no lo ayudaremos a crecer. 

Por ejemplo, si nos llama una maestra porque nuestra hija hace unos días que está molestando a un compañero, lo ha agredido, lo ha insultado. Nos cuesta creerlo.

Le decimos a la maestra que esto es muy extraño. Y nos preguntamos: ¿qué le debe de estar pasando a nuestro hijo que nunca se había comportado así? ¿Qué está pasando en clase? Y entonces hipotetizamos: esto es que alguien lo está presionando, esto es que la maestra no lo está mirando con buenos ojos… Y es justamente esto, poner la responsabilidad fuera, en los otros, lo que no ayudará a crecer a nuestros hijos.

Será importante averiguar que le está pasando y acogerlo. También será importante ponerle un límite y hacerle saber que esto que está haciendo no está bien, que está haciendo sufrir a un compañero. Se le tiene que ayudar a resolver el conflicto de la forma más adecuada, la escuela buscará la manera probablemente utilizando una técnica de resolución de conflictos en que se genere un proceso de empatía y de comprensión hacia la persona que ha sufrido y donde él también pueda expresar que lo ha empujado a hacerlo, pero donde pueda reparar de alguna manera el daño. La familia lo tenemos que acompañar a revisar su acción, siendo conscientes que para él es un proceso de crecimiento, de adquisición de responsabilidad, de adquisición de habilidades (como la empatía, la asertividad, el diálogo…)

Si el niño siente justificada su actitud por su familia (que lo hacemos con la buena intención de protegerlo), estamos abriendo la puerta a que actúe sin respetar los derechos de los otros, puesto que percibe que sus derechos están por encima de los otros. Sobreprotegiéndolo y justificando su acción lo empoderamos erróneamente.

2. Nos frustraremos o decepcionamos. Y cuando mostramos decepción a nuestros hijos/as los hacemos sentir que no son suficientes, que no son válidos. Si esto es un patrón que se repite, les genera sensación de fracaso, les puede afectar la capacidad de sobreponerse a la situación e ir modelando despacio una autoestima baja.

Como adulto referente tenemos que poder mostrar que nos hemos enfadado, que estamos preocupados, que estamos disgustados, pero tenemos que ayudar al niño a que pueda entender que estas emociones tienen que ver con el hecho que lo queremos, y por eso su acción nos ha afectado y nos ha dolido.

Pero si mostramos decepción, habitualmente generamos en el niño un sentimiento que no lo motiva a superarse, sino que al contrario lo hace sentir incapaz, y no válido: le hace perder los objetivos y la capacidad de conseguirlos.

Ante este tipo de situaciones, tenemos que dar espacio a las emociones que se nos puedan generar, validándolas y valorando qué tenemos que mostrar a nuestros hijos y qué es mejor que compartamos con un adulto, para que no dificulten el proceso de desarrollo socioemocional de los niños.

No dejemos pasar el momento de crisis, vivimos este momento como una parte de su proceso educativo, acompañamos al niño a que se responsabilice de sus actos. Esto lo ayudará a gestionar sus frustraciones, a adquirir responsabilidad, capacidad de reflexión y de empatía, es una oportunidad para arreciar nuestro vínculo y para favorecer su proceso de aprendizaje y crecimiento.

Un artículo de:

Mireia Planells

Educadora social, terapeuta familiar y técnica del Programa Komtü.