Cuántas veces hemos escuchado a un adulto/a decirle a un niño que está llorando porque se ha hecho daño jugando en el parque “no llores, no ha sido nada”? O bien, también habremos escuchado “no te enfades, ahora tenemos que cenar y dejar de jugar, pero no te enfades”, cuando el niño tiene una rabieta porque quiere seguir jugando y no ir a la mesa.
Como adultas queremos que el niño, que la niña, se calme y podamos pasar página a esta situación que lo está haciendo sentir mal y dejar que la emoción desagradable se vaya rápido. Y lo queremos tanto por él o ella, porque así estará mejor, como por nosotros, porque así no estaremos en una situación de tensión.
Y, ¿lo estamos haciendo bien cuando actuamos así? Lo hacemos con toda la buena intención del mundo, porque queremos lo mejor para ellos y ellas, esto está claro. Pero si nos fijamos en el funcionamiento del cerebro, podemos decir que al no dejar expresar la emoción, al decir “no llores o no te enfades o no tengas miedo, vergüenza…”, estamos provocando que la emoción no salga, se quede “atrapada” y esto hará que dure más tiempo, que pueda hacerse más potente y que la reacción del niño sea más desmesurada. Y entonces nos tenemos que poner más “normativos” porque la situación ha aumentado de intensidad, cuando queríamos totalmente lo contrario.
Vamos a dar cuatro ideas de cómo funciona el cerebro, nuestro sistema nervioso, para entender que el mensaje a dar cuando una emoción aparece es dejar que se exprese, no callarla o disminuirla. Y después ya iremos a la reflexión, a la palabra.
Cuando una situación nos genera miedo, rabia, alegría, tristeza… se activa la parte del cerebro que decimos sistema límbico. Nuestro cuerpo, nuestro sistema nervioso se activa, dando señales físicas de que algo pasa (ritmo cardíaco más rápido, tensión muscular…). Y esta información va a parar al sistema límbico, a la amígdala, activándose la emoción instintiva que se genere. Y repito instintiva porque no se puede controlar, nos emocionamos de forma involuntaria, aparece por estímulos externos o internos, y esta sensación emocional nos llevará un pensamiento asociado.
Vamos a poner un ejemplo, imaginamos que estamos en el parque y vemos un padre con su hijo jugando a la pelota. Al cabo de un rato, el padre le dice al niño “ahora paramos de jugar, que se hace tarde y tenemos que ir hacia casa”. El niño contesta “no papa, yo quiero seguir jugando”, y así, hasta que el niño se enfada, se sienta en el suelo y se echa a llorar.
¿Qué le ha pasado? Pues que primero estaba contento con el pensamiento asociado (muy inconsciente) “que bien me lo estoy pasando”. Al recibir el mensaje que tiene que irse, su cuerpo se empieza a tensar, pero poco, porque espera que el padre ceda. Pero al mantenerse el padre con “nos vamos”, su cuerpo se tensa más y aparece la emoción de rabia, con el pensamiento asociado de “yo quiero seguir aquí, jugando, no me quiero ir”. Y al tener que irse, aparece la reacción de “rabieta”, y de sentarse en el suelo.
Con un “no te enfades” no hacemos otra cosa que mantener o aumentar la rabia, porque no le damos un espacio a la emoción, la queremos fuera y esta nos dice “aquí me quedo”. El pensamiento asociado no se irá por arte de magia, tenemos que acompañar la emoción para que esta se vaya regulando y pueda venir un nuevo pensamiento asociado.
Las personas adultas, cuando una emoción nos atrapa y nos lleva a un pensamiento asociado, por ejemplo cuando voy por una calle muy oscura y nos entra un poco de miedo, pensando en que puede haber algo peligro, nos regulamos solas. Nos decimos a nosotros mismos/as “no tiene que pasar nada, solo es una calle oscura”. Podemos darnos un mensaje tranquilizador y la emoción se regula.
Los niños no lo pueden hacer, necesitan de la figura adulta para hacerlo, porque todavía no tienen este lenguaje interior que los permite regularse.
Si volvemos al caso del parque, si el padre en vez de decirle “no te enfades”, le dice “entiendo que te enfade dejar de jugar, porque te lo estabas pasando bien”, está validando la emoción, está dejando que se exprese, no la corta. Y en el niño, este reconocimiento de la emoción le permitirá identificarla, darse cuenta de que está sintiendo rabia. Si seguimos diciéndole “entiendo que estás enfadado, pero ahora tenemos que irnos porque es tarde. Mañana volveremos después de la escuela”, el niño probablemente seguirá enfadado, pero no irá además y el pensamiento asociado ya tendrá alguna frase parecida a: “yo quiero seguir jugando, no me quiero ir… pero mañana volveremos”. Este pequeño cambio ayuda al niño a empezar a drenar la emoción, a regularla. Si le decimos “si sigues así, no volveremos al parque en toda la semana!!!”, lógicamente la emoción subirá de intensidad y la situación acabará mucho peor de lo que querríamos.
Con nuestra calma y tranquilidad podemos ayudar a los niños a reconocer las emociones y regularlas si es necesario. Y desde la biología del cerebro, si no lo hacemos así, la emoción se disparará y acabará habiendo reacciones asociadas que serán inadecuadas, lógicamente.
Con este mensaje no quiero decir que siempre tenemos que estar con calma y serenidad, los adultos también tenemos nuestras vivencias que nos preocupan, nos enfadan, nos entristecen… y claro, nuestro cerebro también actúa desde la emoción y en algunas ocasiones tenemos menos paciencia y acompañamos a los niños desde este estado. Es normal, somos personas y no lo hacemos siempre todo bien.
La diferencia es que nosotros podemos regular nuestras emociones internamente, o con otros adultos que nos quieren y nos pueden ayudar a estar mejor. Y los niños y niñas no lo pueden hacer autónomamente, necesitan del adulto para hacerlo. Están en proceso de desarrollo, creciendo, y necesitan de este acompañamiento para irse conociendo emocionalmente, para entender mejor su entorno, sus conductas y aprender.
Sin este saber estar del adulto, el niño se perderá en las emociones y no podrá tener la calma necesaria para hacer un aprendizaje significativo de las experiencias que vaya viviendo.
Un artículo de:
Carles Bosch
Psicólogo, terapeuta familiar y técnico del Programa Komtü.