Lecturas Sant Jordi 2024

Ahora que se acerca Sant Jordi, te queremos invitar a viajar en familia a través de la magia de la lectura con estas propuestas de cuentos y libros para todas las edades. Aprovechar este día para regalaros ratos de lecturas compartidas con los más pequeños. ¿Sabías que compartir la lectura favorece los espacios de diálogo, de intercambio y refuerza los vínculos?

Primera infancia

  • «De vegades…»: Autor/a: Emma Dodd. El elenfantito a veces se lleva bien y a veces se lleva mal, pero su madre siempre le quiere.
  • «Etiquetes»: Autor/a: Joan Turu.
    Los estereotipos y los prejuicios pueden condicionar nuestra relación con los otros y con el entorno. La Neus está cansada que le pongan etiquetas; le dicen que es pequeña, embustera, pálida, campeona… algunas le gustan y otras no, pero se da cuenta de que se quedan por siempre jamás. Un cuento donde la ilustración toma el protagonismo y que pone de relieve una reflexión muy necesaria. A partir de 3 años.
  • «Jo Primer»: Autor/a: Miriam Tirado y Joan Turu
    El Lluc siempre quiere ser el primero en todo: al picar el ascensor, al elegir el juego, en hablar en la asamblea… Y esto supone problemas con su gemela, con los compañeros de clase… y con él mismo, porque no lo hace sentir bien. El hada de los volcanes vuelve a tener una misión: ayudar a Lluc a sentirse mejor e investigar qué pasa cuando no se compite por todo. A partir de 3 años.
  • «Per què plorem?»: Autor/a: Fran Pintadera
    «Per què plorem?», pregunta Mario a la madre. Y ella le habla de nubes, del mar, de piedras, de cofres y de muros. Un poético álbum ilustrado que nos recuerda que las lágrimas nos riegan muy lentamente y nos hacen crecer, nos calman y son un bálsamo para las heridas. Y que todos lloramos: niñas y niños, pequeños y grandes, altos i bajos… a partir de 5 años.
  • «Els 4 cervells de l’Arantxa»: Autor/a: Rafa Guerrero
    Este cuento que explica a los padres y a los propios niños y niñas que en nuestro encéfalo hay cuatro grandes zonas con funciones diferentes, pero complementarias y que dependen, en esencia, de los cuidadores primarios. Si queremos desarrollar el cerebro de nuestros hijos de una manera suficientemente buena, es imprescindible nuestra mirada incondicional. Además, permite sacar a la luz parte del universo interior del pequeño/a lector/a: Preguntas que fomentan la reflexión y el desarrollo de la inteligencia emocional. 4 a 8 años.
  • «La font amagada»: Autor/a: Miriam Tirado
    Un libro para conectar con nosotros mismos, con nuestra esencia y, así, sentirnos felices y completos. A Polo le gusta mucho cantar y, cuando lo hace, siente que vuela. Es como si pudiera desplegar unas alas imaginarias y recorrer lugares del mundo que nunca ha visto. Como si tocas el cielo con los dedos de las manos. Por eso está convencido que si todo el mundo encontrara su fuente serían más felices. De 4 a 8 años.
  • «El buit»: Autor/a: Anna Llena
    Júlia tiene un gran agujero y no le gusta nada. Por eso, trata de llenarlo y taparlo de muchas maneras diferentes para que desaparezca. ¿Lo conseguirá? La vida está llena de encuentros. Y también de pérdidas. A veces estas pérdidas son insignificantes, como perder un lápiz o un papel. Pero hay otras que pueden ser importantes, como perder un proyecto, la salud o una persona querida. El vacío es un libro que nos habla de la resiliencia, o la capacidad de sobreponerse a la adversidad y encontrar un sentido. A partir de 7 años.
  • «La Berta i les ulleres de visió empàtica»: Autor/a: Júlia Prunés
    Una buena mañana Berta se encuentra unas ojeras muy especiales, las ojeras de visión empática, y empieza a ver diferente. Un cuento sobre comunicación afectiva y mediación del conflicto. Los cuentos protagonizados por Berta nos ofrecen herramientas como la empatía, la asertividad, el optimismo, la escucha activa… y nos invitan a entender y a gestionar de forma positiva los conflictos del día a día. De 6 a 9 años.

Preadolescencia – Adolescencia

  • «Soc un bitxo raro»: Autor/a: Natàlia Lujan Roig
    Natalia Lujan Roig nos presenta este cuento para pensar; Soy un bicho raro es una frase muy repetida por el alumnado, en este caso nos centramos concretamente en el que tiene altas capacidades. Es por este motivo que este cuento pretende que los niños y adolescentes entiendan que ser diferente no es malo, al contrario, tienen su propia identidad que los hace únicos e irrepetibles. De 10 a 12 años.
  • «Wonder»: Autor/a: JJ.R. Palacios
    La historia de un niño llamado Agust. Su cara lo hace diferente y él solo quiere ser un más. Anda siempre mirando hacia el suelo, la cabeza y el flequillo tratando de esconder su rostro, pero, aun así, es objeto de miradas furtivas, murmullos ahogados y golpes de codo de sorpresa. August sale poco, su vida transcurre entre las acogedoras paredes de su casa, entre la compañía de su familia, su perra Daisy y las increíbles historias de La guerra de las galaxias.
    En un mundo donde el bullying entre los jóvenes se está convirtiendo en una verdadera epidemia, los libros de la serie “Wonder” ofrecen una nueva visión refrescante, necesaria y esperanzadora. De 10 a 12 años.

Adultos

  • «Recupera tu mente, reconquista tu vida»: Autor/a: Marian Rojas
    En este libro la doctora Marian Rojas Estapé, con su estilo divulgativo y científico, profundiza en estas y otras cuestiones. Recupera tu mente, reconquista tu vida, te presenta la dopamina, la hormona del placer, y como afecta en busca de las recompensas inmediatas que están al orden del día, a la percepción del dolor, del aburrimiento y del malestar. Recupera tu mente, reconquista tu vida, te ayuda a pensar qué conductas muestras cuando te ves rodeado de emociones que no sabes gestionar y te proporciona herramientas porque te comprendas mejor, y así recuperar el control de tu vida.
  • «Cómo vaciar tu mochila emocional»: Autor/a: Anna Criado
    Un libro que te hará volver a vivir en equilibrio emocional, con el que conseguirás crear paz en tu mente, curar tus heridas emocionales y calmar tu cuerpo.
    La mayoría de nosotros cargamos una mochila emocional, fruto de las experiencias de vida que nos marcaron en el pasado. Cuando el que acumulas, es de carácter traumático, se puede volver peligroso, porque, si no sacas este peso emocional, se somatiza en tu cuerpo en forma de estrés, ansiedad o depresión.

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¿Qué pasa en nuestro cerebro si las emociones no se expresan?

Cuántas veces hemos escuchado a un adulto/a decirle a un niño que está llorando porque se ha hecho daño jugando en el parque “no llores, no ha sido nada”? O bien, también habremos escuchado “no te enfades, ahora tenemos que cenar y dejar de jugar, pero no te enfades”, cuando el niño tiene una rabieta porque quiere seguir jugando y no ir a la mesa.

Como adultas queremos que el niño, que la niña, se calme y podamos pasar página a esta situación que lo está haciendo sentir mal y dejar que la emoción desagradable se vaya rápido. Y lo queremos tanto por él o ella, porque así estará mejor, como por nosotros, porque así no estaremos en una situación de tensión.
Y, ¿lo estamos haciendo bien cuando actuamos así? Lo hacemos con toda la buena intención del mundo, porque queremos lo mejor para ellos y ellas, esto está claro. Pero si nos fijamos en el funcionamiento del cerebro, podemos decir que al no dejar expresar la emoción, al decir “no llores o no te enfades o no tengas miedo, vergüenza…”, estamos provocando que la emoción no salga, se quede “atrapada” y esto hará que dure más tiempo, que pueda hacerse más potente y que la reacción del niño sea más desmesurada. Y entonces nos tenemos que poner más “normativos” porque la situación ha aumentado de intensidad, cuando queríamos totalmente lo contrario.

Vamos a dar cuatro ideas de cómo funciona el cerebro, nuestro sistema nervioso, para entender que el mensaje a dar cuando una emoción aparece es dejar que se exprese, no callarla o disminuirla. Y después ya iremos a la reflexión, a la palabra.

Cuando una situación nos genera miedo, rabia, alegría, tristeza… se activa la parte del cerebro que decimos sistema límbico. Nuestro cuerpo, nuestro sistema nervioso se activa, dando señales físicas de que algo pasa (ritmo cardíaco más rápido, tensión muscular…). Y esta información va a parar al sistema límbico, a la amígdala, activándose la emoción instintiva que se genere. Y repito instintiva porque no se puede controlar, nos emocionamos de forma involuntaria, aparece por estímulos externos o internos, y esta sensación emocional nos llevará un pensamiento asociado.

Vamos a poner un ejemplo, imaginamos que estamos en el parque y vemos un padre con su hijo jugando a la pelota. Al cabo de un rato, el padre le dice al niño “ahora paramos de jugar, que se hace tarde y tenemos que ir hacia casa”. El niño contesta “no papa, yo quiero seguir jugando”, y así, hasta que el niño se enfada, se sienta en el suelo y se echa a llorar.

¿Qué le ha pasado? Pues que primero estaba contento con el pensamiento asociado (muy inconsciente) “que bien me lo estoy pasando”. Al recibir el mensaje que tiene que irse, su cuerpo se empieza a tensar, pero poco, porque espera que el padre ceda. Pero al mantenerse el padre con “nos vamos”, su cuerpo se tensa más y aparece la emoción de rabia, con el pensamiento asociado de “yo quiero seguir aquí, jugando, no me quiero ir”. Y al tener que irse, aparece la reacción de “rabieta”, y de sentarse en el suelo.

Con un “no te enfades” no hacemos otra cosa que mantener o aumentar la rabia, porque no le damos un espacio a la emoción, la queremos fuera y esta nos dice “aquí me quedo”. El pensamiento asociado no se irá por arte de magia, tenemos que acompañar la emoción para que esta se vaya regulando y pueda venir un nuevo pensamiento asociado.

Las personas adultas, cuando una emoción nos atrapa y nos lleva a un pensamiento asociado, por ejemplo cuando voy por una calle muy oscura y nos entra un poco de miedo, pensando en que puede haber algo peligro, nos regulamos solas. Nos decimos a nosotros mismos/as “no tiene que pasar nada, solo es una calle oscura”. Podemos darnos un mensaje tranquilizador y la emoción se regula.

Los niños no lo pueden hacer, necesitan de la figura adulta para hacerlo, porque todavía no tienen este lenguaje interior que los permite regularse.

Si volvemos al caso del parque, si el padre en vez de decirle “no te enfades”, le dice “entiendo que te enfade dejar de jugar, porque te lo estabas pasando bien”, está validando la emoción, está dejando que se exprese, no la corta. Y en el niño, este reconocimiento de la emoción le permitirá identificarla, darse cuenta de que está sintiendo rabia. Si seguimos diciéndole “entiendo que estás enfadado, pero ahora tenemos que irnos porque es tarde. Mañana volveremos después de la escuela”, el niño probablemente seguirá enfadado, pero no irá además y el pensamiento asociado ya tendrá alguna frase parecida a: “yo quiero seguir jugando, no me quiero ir… pero mañana volveremos”. Este pequeño cambio ayuda al niño a empezar a drenar la emoción, a regularla. Si le decimos “si sigues así, no volveremos al parque en toda la semana!!!”, lógicamente la emoción subirá de intensidad y la situación acabará mucho peor de lo que querríamos.

Con nuestra calma y tranquilidad podemos ayudar a los niños a reconocer las emociones y regularlas si es necesario. Y desde la biología del cerebro, si no lo hacemos así, la emoción se disparará y acabará habiendo reacciones asociadas que serán inadecuadas, lógicamente.

Con este mensaje no quiero decir que siempre tenemos que estar con calma y serenidad, los adultos también tenemos nuestras vivencias que nos preocupan, nos enfadan, nos entristecen… y claro, nuestro cerebro también actúa desde la emoción y en algunas ocasiones tenemos menos paciencia y acompañamos a los niños desde este estado. Es normal, somos personas y no lo hacemos siempre todo bien.

La diferencia es que nosotros podemos regular nuestras emociones internamente, o con otros adultos que nos quieren y nos pueden ayudar a estar mejor. Y los niños y niñas no lo pueden hacer autónomamente, necesitan del adulto para hacerlo. Están en proceso de desarrollo, creciendo, y necesitan de este acompañamiento para irse conociendo emocionalmente, para entender mejor su entorno, sus conductas y aprender.

Sin este saber estar del adulto, el niño se perderá en las emociones y no podrá tener la calma necesaria para hacer un aprendizaje significativo de las experiencias que vaya viviendo.

Un artículo de:

Carles Bosch

Psicólogo, terapeuta familiar y técnico del Programa Komtü.